martes, 21 de abril de 2009

Capítulo 13

PÁNICO (XIII)


A la llegada del postre la conversación llega a un punto muy aburrido para mí. Pablo y Cristina están hablando sobre los animales abandonados. La verdad es que a mí nunca me han gustado mucho los animales, pero sin embargo, a mi hermana y a Pablo, les encantan. En medio de esta conversación me pierdo en mis pensamientos.
Poco después de las pesadillas que tuve tiempo atrás, empecé a agobiarme. Cuando me iba a la cama, empezaba a pensar en la muerte... y qué pasaba si desaparecía antes de vivir todas las experiencias del mundo. Por ello fui a una psicóloga.
- ¿Eh, Lucía?
- ¿Sí? –Mi hermana me había sacado de mi mundo preguntándome si quería compartir el postre con ella.
- Claro, claro.
Vuelvo otra vez a mi mundo. Mis agobios se debían a todo el estrés que cargaba encima. Los exámenes finales y los exámenes de inglés me tenían al borde de un ataque de nervios, por lo que me agobiaba por todo. Cuando mejoré, mis padres me dijeron para dejar las sesiones con la psicóloga pero no quise, ellos se extrañaron, pero me encantaba hablar con una chica con experiencia, pero a la vez joven. Esta chica (con la que aún sigo en contacto, por cierto, ahora sería un buen momento para hablar con ella...) se llama Ana. Cuando yo empecé las sesiones, tenía dieciséis años y ella veintiocho. Me encantaba su simpatía y el modo en que me escuchaba y sólo hablaba en los momentos precisos y con algo perfectamente adecuado. Tenía consejos para todo y poco a poco empecé a confiar en ella como en una amiga... prácticamente como en Carol...
- Lucía, Lucía... ¿estás bien? –Mi hermana me mira con cara preocupada.
- ¿Qué, perdona?
- Estás llorando.
- ¿Cómo dices?
- Tus ojos están llorosos y te estaban cayendo lágrimas.
- Ah... estaba pensando en Carol. –Sigo comiendo, pero noto los ojos preocupados de Pablo y Cris clavados en mi frente.
Cuando salimos del restaurante, Cris dice que irá a casa de una amiga a saludarla. Más bien yo creo que lo hace para que Pablo y yo estemos juntos. Cuando se va, diciendo que llegará a casa pronto por la noche, Pablo y yo caminamos hacia la playa.
- Lucía... ¿no crees que deberíamos pensar en vivir juntos?
- ¿Eh?
- Bueno... vamos a tener un hijo, para ello debemos vivir juntos, ¿no crees?
- Claro.. pero, eras tú el que prefería vivir independiente por un tiempo.
- Sí, pero no contaba con la idea del niño.
- ¿No... no te gusta la idea?
- ¿Qué si no me gusta? Estoy loco por tener ese niño, Lucía, de veras, no, no veo el momento de tener entre mis brazos un pedacito de carne, tuyo y mío, nuestro, quiero cuidarlo, protegerlo, enseñarle, jugar con él...de todo, quiero verle crecer.
- Seguro que lo haces muy bien, vas a ser el mejor padre del mundo, de eso estoy segura. Y si es niño, quiero que sea como tú, igualito a ti, porque así sería el niño más guapo del mundo...
- Entonces quiero que sea niña, para que sea como tú. Inteligente, de buenos sentimientos, preciosa... te amo, Lucía.
- Y yo a ti, Pablo, no sabes cuánto te quiero, te adoro. –En este punto habíamos llegado a la arena de la playa y estábamos besándonos con las manos unidas a ambos lados de nuestro cuerpo.
- Y ahora en serio, Pablo, ¿tú qué quieres que sea, niño o niña?
- No lo sé... la verdad es que no lo sé. Y ¿tú?
- Pues tampoco... igual de pequeños los niños son más divertidos, guapos, revoltosos... sin embargo cuando se hacen mayores, la adolescencia... ¡uff, de lo peor! Y en cambio, las chicas, cuando son mayores son mucho más tranquilas, centradas, dan menos problemas... bueno, aunque hay de todo.
- Tienes razón. De todos modos sé que sea lo que y como sea, nosotros lo querremos muchísimo.
- De eso estoy segura. Yo ya quiero a Marquitos como a mi propio hijo, así que cuando nazca el nuestro, mi amor será inmenso y ya le estoy queriendo...
Seguimos paseando por la playa y luego me acompaña a casa. En el salón, antes de volver a su casa, volvemos a hablar.
- Entonces... ¿le dirás esta noche a tu hermana que estás embarazada?
- Sí, se lo diré esta noche. Con lo que le gustan los niños... ¡se morirá de alegría!
- Lucía... también quiero decirte algo... ¿Has pensado en que no casemos?
- ¿¿Qué?? ¿Qué estás diciendo, Pablo? ¿No te parece que tengo ya suficientes cosas en qué pensar con lo de Carol y mi embarazo? ¿No te parece suficiente que vayamos a vivir juntos, o no confías en mí?
- Lucía... ¿qué te pasa?
- Vete, Pablo, vete, por favor, estoy muy alterada.
- Espero que te arrepientas de cómo me has tratado. –En cuanto Pablo sale por la puerta, me doy cuenta de lo que acabo de hacer y me entra un miedo horrible al oir las voces de mi cabeza.«Dios mío, ¿qué he hecho? ¿Porqué me he puesto así cuando ha hablado de casarnos? ¿Será... será que no lo quiero realmente? ¿No digas tonterías, Lucía... le quieres más que a nada en el mundo, más que a tu propia vida. Es verdad... es verdad, le amo como a nada. Entonces... es miedo, pánico a vivir con él, a que él se canse de ti, que descubra algo de ti que no le guste... ¿pero qué he hecho? Le he tratado como a un perro, Dios mío, por favor, que me perdone, que me perdone.»
Llorando, descuelgo el teléfono y marco el móvil de Pablo.
- Pablo... soy yo... perdóname, perdóname por favor.
- Tranquila, Lucía, no llores, no te pongas más nerviosa.
- No... lo siento, lo siento, de verdad, no, no debí ponerme así... ha, ha sido pánico, cuando has hablado de casarnos... no sé... he sentido, he sentido como si al vivir contigo, cambiar todo... fuera a cambiar nuestra relación, no sé, igual descubres algo que no te gusta de mí...
- No digas eso, Lucía, no podría descubrir nada de ti que no me gustase. Hazme caso, no vuelvas a pensar así y quítate esos miedos. –Su voz es un poco resentida.
- Sí... sí, te juro que lo voy a hacer, pero ven a mi casa, necesito estar contigo otra vez...
- No, mejor no.
- Entonces, entonces voy a la tuya yo, ¿si?
- No, Lucía, no puede ser. Además he quedado con Sergio, en estos momentos, él también necesita de todo mi apoyo. –Ahora su voz además de resentida es cortante, lo que me asusta.
- Claro... tienes razón. Pues... nos vemos mañana, ¿no?
- Sí, hasta mañana, Lucía.
- Hasta mañana... te quiero. –Pero su teléfono ha colgado y no me ha oído la última frase.
Tras colgar me tumbo en el sofá y lloro en silencio, para mí, pues sólo es mía la culpa de mi sufrimiento... y el de Pablo.

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