EMPEZANDO A RECORDAR(II)
Cuando cierro los ojos me parece que estoy en un desierto, con el mayor de los silencios, sin preocupaciones. Pero cuando abro los ojos vuelvo a la realidad, veo a todas estas personas, para mí fantasmas, con la mirada puesta en otro sitio y llorando sin hacer ruido. Pasa el tiempo, lo menos dos horas, cuando Pablo me sugiere que me valla a casa, son las 11 de la noche y mañana tiene que madrugar, así que debe marcharse. Yo decido quedarme por si hay alguna noticia. Al marcharse me dice que si hay algún cambio le avise, sea la hora que sea y me dice que no me valla a casa muy tarde, que necesito recuperarme para mañana. Sé que estos días serán muy duros. Cuando se va me dirijo a la máquina de cafés y me tomo un chocolate, nunca me ha gustado demasiado el café. Mientas estoy apoyada en la máquina, esperando el chocolate vuelvo a recordar aquellos tiempos. Era verano, acabábamos de terminar las clases y nos fuimos juntas a la playa. Allí nos encontramos con dos chicos de Murcia que estaban de vacaciones. Nosotras vivimos en Alicante. Hacía mes y medio que le habíamos devuelto la pelota a Jorge y no nos habíamos separado ni un solo día. El caso es que empezamos a hablar con ellos y estuvimos allí todo el día. Cuando llegó la noche fuimos con ellos a una discoteca, pensábamos que tenían nuestra edad o un años más hasta que les vimos coger el coche:
- Pero, ¿ Qué años tenéis ?
- 23, ¿ Por qué ?
- ¿ 23?
- Sí, pues ¿Cuántos tenéis vosotras?
- 16.
Bueno, no los volvimos a ver, tampoco en la playa, pero no nos importó, enseguida hicimos nuevos amigos.
Ya ha salido el chocolate, la verdad es que se me ha olvidado echarle azúcar, pero en este momento no me entero ni de lo caliente que está. Vuelvo a la sala y tampoco hay noticias. Me siento a esperar, pero al de una hora consiguen convencerme los padres de Carol para que me vaya a casa a descansar. Cojo el autobús, ya recogeré el coche mañana. Al llegar a casa me tumbo en la cama con ropa y todo y llorando recuerdo aquél primer verano con ella.
Aquella tarde habíamos decidido irnos al mercado a ver ropa. Todo estaba lleno y casi no se podía andar. Encontramos unas camisetas muy modernas y bastante baratas así que cogimos varias. Llevábamos media hora de cola, ya que se nos colaba todo el mundo, cuando aparecieron unos chavales y le dijeron a la dependienta que llevábamos mucho tiempo. Tendrían nuestra edad más o menos (esta vez de verdad) y eran cuatro. El caso es que nos pasaron y nos cobraron. Les dimos las gracias y nos marchamos. Al de dos días, nos los encontramos en el cine. Al principio no los vimos, pero en la cola se pusieron detrás nuestro:
- ¡Hombre, chicas!
- Hola.
- ¿Siempre tenéis que estar en todas las colas?
- ¿ Y vosotros?
- Bueno, depende de quién esté en la cola.
- Lo mismo.
Había uno guapísimo, era moreno con los ojos verdes, un poco más alto que yo y delgado. Casualidades o no, veían la misma peli que nosotras. Estaban en la otra punta de la sala así que no nos hablamos en toda la película. Al salir ya volvimos a vernos y nos presentamos. No quiero que penséis que soy una creída, pero Pablo, que así se llamaba el guapo que he dicho antes, no dejaba de mirarme. Mientras íbamos hacia casa, ellos nos acompañaron un rato que les quedaba de paso, quedamos para el sábado siguiente. Durante toda la semana estuvimos hablando de ellos y de cómo eran. Ese sábado por la mañana fuimos a un centro comercial y nos compramos unos modelitos para la tarde y algún pintalabios. Por la tarde fuimos al cine en el que nos encontramos la vez anterior y allí entramos con ellos. Pablo se puso a mi lado y al lado de Carol se puso Sergio. Esa noche estábamos en una disco del barrio cuando Pablo me dijo que tenía que hablar con migo y me llevó a una esquina:
- Oye, tu amiga, Carolina, ¿sabes si le gusta Sergio?
- Ehhhh, no lo sé... a mí no me ha dicho nada. – Mentira, llevaba toda la semana hablando de él, pero prefería hablar con ella primero.
- Y, ¿Podrías preguntarle?
- Claro, pero, ¿por qué no se lo preguntas tú o, mejor Sergio?
- Es que le da vergüenza y ¿quién mejor que una amiga para preguntarle eso?
- ¿Quién mejor? La misma persona interesada.
- Tienes razón, bueno voy otra vez a hablar con Sergio.
- Si ves que tiene mucha, mucha vergüenza ya le pregunto yo.
- Bien, gracias.
- Nada.
Se marchó y lo último que vi fue a Carol hablando con Sergio. Le guiñé un ojo y me sonrió. Al de un rato vino Pablo y me dijo:
- Objetivo cumplido.
- ¡Muy bien, chico!
- Bueno, tenías tú razón era mejor que hablara Sergio con ella, parece que se llevan bien.
- Parece.
- ¿T apetece tomar algo?
- Claro.
Nos fuimos a la barra y pedimos unas bebidas mientras hablamos de nuestras aficiones. Nos tiramos el resto de la noche hablando y riendo – teníamos gustos bastante parecidos- hasta que vino Carol recordándome que llegábamos tarde. Los chicos se ofrecieron a acompañarnos pero les dijimos que iríamos corriendo por la hora:
- No importa podemos correr también nosotros.
- Que no chicos, que ya vamos solas.
- Al menos darnos los teléfonos, ¿No?
Nos intercambiamos los teléfonos y nos fuimos. En casa me echaron un poco la bronca, pero no me importó, había sido la mejor tarde de mi vida. Durante la semana, Pablo no dio ninguna señal de vida, así que yo tampoco. Carol sí se escribía con Sergio, pero no me creáis mal, yo sí que estaba contenta por ella. Siempre procuraba no hablarme de Sergio para que yo no me acordara de Pablo. Aunque siempre me animaba diciéndome que era un tonto y que no valía la pena pensar en él. Ese sábado cuando llegamos a la discoteca, estaban todos menos Pablo. En el fondo me alegré por no tener que verle pero me entristecí a la vez por no verle, no sé si me entendéis. Una hora después, apareció Pablo; en cuanto lo vi entrar, me fui a la barra. Él también vino, pero me marché al baño. Al salir, pensé que no estaría, pero allí estaba. Al pasar a su lado me saludó:
- Hola Lucía.
- Hola.
Y me marché. Estaba sentada en un sofá con Carol, cuando se fue a hablar con Sergio. Vino Pablo:
- ¿Podemos hablar?
Me encogí de hombros y se sentó.
- ¿Estás enfadada conmigo?
- No.
- Entonces, ¿Por qué no me hablas?
Otra vez me encogí de hombros.
- Y, ¿Por qué tampoco me miras a los ojos?
- A lo mejor estoy un poco enfadada contigo; o conmigo.
Ahora fue él quien hizo un gesto raro.
- La verdad es que yo esperaba que me llamaras. No sé, creí que te había gustado. Pero como siempre, he vuelto a fallar con un chico.
- Sí que me gustaste... me gustas, quiero decir.
- Buen modo de demostrarlo.
- Pero he tenido un problema, un problema muy grande esta semana y no he tenido tiempo de llamarte.
- Y ¿Qué problema? Si es que puede saberse, claro. – Yo ya estaba pensando en la excusa que él inventaría.
- A mi padre le dio un infarto, el lunes. El domingo no te llamé, porque me pareció muy pronto, y no quería que se me notara mucho que me interesabas demasiado. Desde el lunes he estado todos los días en el hospital o en casa cuidando de mi madre que lo está llevando muy mal. Hoy he llegado tarde porque he estado en el hospital. No quería venir, pero mi madre casi me ha obligado diciendo que necesito aire fresco.
- Pablo.... perdóname, perdóname por favor.
Me levanté corriendo y me dirigí hacia la salida casi llorando.
- Lucía, ¿A dónde vas?
- No, no puedo quedarme contigo, soy... una estúpida, una idiota y una tonta, no puedo quedarme aquí.
- Pero, qué dices, claro que puedes. Tú no sabías lo de mi padre. Tú tienes que perdonarme a mí por no habértelo dicho ni llamado.
- No, no tú me tienes que perdonar a mí, de verdad.
- Está bien, está bien, te perdono.
- ¿De verdad?
- Que sí, tranquila, ya no tienes de qué preocuparte.
Nos miramos a los ojos durante un rato y me besó. Ya me habían besado otros chicos, pero nunca antes había sentido lo que sentí con el beso de Pablo. Y desde entonces empezamos a salir.
Lo veo todo borroso, me acabo de despertar. No sé cuánto tiempo he dormido, pero ya son las ocho y media de la mañana. Gracias a Dios hoy no tengo que trabajar. Esta tarde llamaré a mi jefa y le diré lo que me pasa, estoy segura de que me dejará unos días libres. Me ducho y me visto en quince minutos. Al pasar por la cocina me preparo un café y me dirijo a la parada de autobús. Durante el trayecto recuerdo mi sueño, en el que revivía aquel verano cuando teníamos dieciséis años. Ahora tenemos veintiuno y observo cómo nuestras vidas han cambiado en tan sólo cinco años. Decido pasar por casa de Sergio, seguro que necesita ayuda con el niño. Al llegar a su casa me abre su madre. La saludo y avisa a Sergio. Cuando veo a Sergio nos abrazamos, le pregunto por algún cambio y con un movimiento de cabeza me indica que no. Pasamos a la habitación del niño y lo cojo en brazos. Está tan tranquilo, tan ausente, no sabe lo que está pasando a su alrededor, no sabe lo que le está pasando a su madre.
- Esto, Sergio, venía para ayudarte con Marcos, tu madre querrá pasar a ver a Carol y yo puedo quedarme con el niño.
- Bien, muchas gracias. Mi madre vendrá al hospital esta tarde, si quieres puedes cuidar a Marcos mientras ella está allí, pero sólo si quieres. Entiendo que prefieras venir también al hospital. Siempre podemos coger a una niñera.
- Pero que dices, anda. En el hospital no hago nada. Voy a pasar la mañana allí y por la tarde vendré a tu casa, puedo quedarme con Marcos hasta que quieras, no tengo nada que hacer.
- Bien, muchas gracias. ¿Has hablado con Pablo?
- No, está trabajando, ahora hablaré con él.
Marcos empezaba a llorar, así que lo mecí en mis brazos, era como abrazar a Carol, la sentía con el niño. Besé a mi ahijado y lo volví a poner en la cuna.
- Y tú ¿Qué vas a hacer ahora?
- Me visto, hago unas compras y voy al hospital.
- Bien, yo voy yendo ya.
- Pues nos vemos allí dentro de tres cuartos de hora, una hora.
- Bien.
Di un último beso a Marcos y me dirigí a la parada del autobús.
jueves, 16 de abril de 2009
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