jueves, 16 de abril de 2009

Capítulo 3

SENTIR EL DOLOR (III)

Mientras esperaba llamo a Pablo con mi móvil:
- Pablo, hola, soy yo.
- Hola, mi niña, ¿qué tal?
- Bueno, no es mi mejor día, pero tirando.
- Tranquila princesa, todo pasará pronto, ya verás.
- Eso espero. Te llamaba para preguntarte qué vas a hacer.
- Pues hoy acabo a la una e iré al hospital, llegaré sobre la una y cuarto. Si quieres comemos juntos. Y un compañero me hace la tarde así que estaré contigo, no quiero que estés sola.
- Gracias cariño. Yo voy a pasar la mañana en el hospital y sobre las dos vamos a comer y luego pasamos por casa de Sergio y... Carol y nos quedamos con el niño hasta que venga la madre de Pablo, que va a venir al hospital a ver a... Carol.
- Bien. Pues luego nos vemos y no te derrumbes, piensa que sólo es un mal trago.
- Ehhhh está bien. Hasta luego.
- Te quiero mucho.
- Y yo.
Mientras cuelgo viene el autobús. Sin pensar me levanto y me meto sin mirar qué número es, lo mismo me está llevando a la otra punta de la ciudad. Pero tengo suerte y es el correcto. Nada más llegar me dirijo a Julia. No ha hablado con el médico desde las cinco de la mañana y no hay noticias. Vuelvo a pensar, vuelvo a recordar. Es lo único que me ayuda, recordar mis momentos con Carol, me ayuda a estar más cerca de ella y olvidar por momentos el peor tiempo de mi vida. Aquella tarde en la discoteca, en la que Pablo me besó por primera vez, y gracias a Dios, no por última, estuve todo el rato a su lado, no nos separamos ni un minuto. Fue increíble. Un rato antes de irme, fui hacia el guarda ropa y Pablo me agarró:
- Lucía, eh... nunca había sentido por una chica lo que siento por ti, no me cansaría de hablar contigo, de abrazarte, de besarte... ¿Quieres salir conmigo?
- Creí que no me lo pedirías... Me encantaría salir contigo.
Le abracé y nuestras miradas se fundieron en un dulce beso... me acuerdo que pensé: “ojalá el mundo parara ahora mismo y esto nunca terminara”.
- Bueno, Pablo, me tengo que ir...
- Bueno, pero te acompaño.
- No, no, no hace falta, ya voy en autobús.
- Ah, no. Te acompaño andando así no necesitas coger el autobús por no ir sola.
- De verdad que no me importa ir en el autobús.
- Entonces, ¿no quieres ir conmigo?- dijo poniendo cara de niño triste.
- Por supuesto que quiero. Era sólo que...
- Shhhh, nada, te acompaño.
- ¿Y Carol?
- Seguro que va con Sergio.
- Espera, que hablo con ella.
- La encontré en la barra:
- ¿qué guapa, disfrutando de la noche?
- Sí mucho, y por lo que he visto, tú también.
- Mucho, pero ya tengo que irme, y ¿tú?
- También.
- ¿Vamos juntas? Pablo quiere acompañarme, pero seguro que podemos ir los tres o los cuatro si viene Sergio.
- Claro, también quiere acompañarme.
Los cuatro fuimos a casa andando. Íbamos todos un poco pensativos y a nuestra bola. De repente Pablo me cogió de la mano. Sentí un cosquilleo por toda la espalda. En realidad era lo que llevaba esperando desde que habíamos salido de la discoteca, pero me encantó. Le miré a los ojos y nos sonreímos. Enseguida llegamos a casa de Carol. Nos despedimos y les di dos besos a Carol y a Sergio y Pablo y yo nos fuimos. Mientras íbamos hacia casa, Pablo me preguntó que a qué colegio iba y cuando le dije, resultó que el suyo estaba sólo dos calles más abajo.
- Cuando mi padre salga del hospital y esté mejor iré a esperarte cuando salgas del colegio. ¿Te parece bien?
- Perfecto. – y le besé, a la vez que llegábamos a la esquina que doblaba a mi casa.
- Espera, mi portal es ése de ahí y no quiero que me vean mis padres de momento.
- Ehhh, bien. Bueno, ¿quieres que te llame mañana?
- Mejor te llamo yo, que a lo mejor estás liado con lo de tu padre. ¿Te viene bien a las dos?
- Muy bien. Pues... hasta mañana.
- Hasta mañana. Oye, y tú, ¿cómo vas hasta casa?
- Andando, vivo en la quinta – una plaza al otro lado del parque que está tres calles más lejos.
- ¿Y vas a ir sólo?
- Tranquila no me pierdo ni me pasa nada.
- Bueno.
Nos dimos un beso largo y me di la vuelta. Cuando estaba caminando me giré:
- Esto, Pablo... me lo he pasado muy bien.
- Y yo.
- Muchas gracias por acompañarme.
- Nada, aparte me viene de camino.
Ya sí que me fui a casa. De repente me doy cuenta que ha llegado Sergio. Se sienta a mi lado, me mira y le niego con la cabeza (no hay cambios con Carol). Me parece que vamos inventando un lenguaje de signos. Al de media hora sale el médico y nos dice que Carol está evolucionando muy bien, sigue en coma pero parece que pronto despertará de su sueño. Nos deja a todos más relajados, aunque el ambiente sigue tenso. Seguimos esperando hasta que nos dejan pasar a verla, esta vez podemos pasar a verla así que decidimos pasar de uno en uno. Primero pasa Julia, tenemos un cuarto de hora cada uno. Cuando sale Julia entra Sergio. Los quince minutos me parecen horas, pero por fin sale mi amigo. Casi con las piernas temblando voy hacia la habitación, sé que parece una tontería, pero sólo había visto a Carol una vez desde el accidente y no sabéis el miedo y el dolor que sentí. En cuanto abro la puerta me encuentro con los pies de la cama y avanzo hasta encontrarme con ella. Sigue igual, parece dormida, ¿dormirás de verdad, Carol? ¿qué haces por ahí? ¿sientes algo? Me siento en la silla que hay al lado de su cama mientras estos pensamientos me asaltan la cabeza y le cojo la mano. Está caliente, Sergio también debe de haberle tomado la mano. Me quedo mirándola un momento:
- Ho...la Carol, ¿cómo... estás? Qué tontería... sé que estás mal, me refiero a cómo te sientes tú. No sé si quiera si podrás escucharme, a mi me relaja hablarte, me parece que te mantengo más viva. Hoy nos ha hablado el médico y nos ha dicho que estás mejorando. Despierta Carol, por favor, despierta – agarro su mano con más fuerza mientras las lágrimas recorren mis mejillas- te necesito tanto, no sabes cuánto, de verdad. Puedo hablar con Pablo, incluso con Sergio, pero no es lo mismo, tú eres mi confidente, mi amiga, mi mejor amiga, mi hermana.... mi flor blanca. ¿ Te acuerdas? Fue aquél otoño de nuestros dieciséis años. Íbamos por la calle congeladas cuando vimos a una señora con su niño de unos cuatro años en la calle sentados, con una fina chaqueta y muertos de hambre. Les dimos una monedas y a la madre se le iluminó completamente la cara. El niño sacó dos flores blancas- dos rosas- y nos dio una a cada una. Nosotras las guardamos dentro de unos libros muy pesados para prensarlas, desde entonces han sido nuestros amuletos, y nuestras flores, las blancas, símbolo de nuestra amistad, tal y como acordamos aquella tarde. -Acaba de entrar una enfermera y me está diciendo que tengo que salir ya. La miro por última vez y me marcho. Pero no me quedo en la sala de espera, sino que sigo hacia el ascensor. Sergio me sigue y me agarra del brazo:
- - ¿A dónde vas Lucía? ¿Estás bien?
- Ehhh, sí- digo secándome las lágrimas- sí, me voy a dar una vuelta.
- ¿A dónde?
- No lo sé- contesto mientras las puertas del ascensor se cierran justo delante de Sergio.
- ¡¡¡Lucía!!!- se oye a lo lejos detrás de las herméticas puertas del ascensor.
Tengo que bajar seis pisos y al mirarme al espejo me repugno a mí misma. Golpeo el espejo, no pasa nada; lo vuelvo a golpear, vuelve a reírse de mí. Me arrastro por la pared de la esquina hasta quedar sentada en el suelo. De repente la puerta se abre y entra una enfermera que corre a levantarme.
- ¡Una camilla, una camilla!
- No, no, estoy bien, ya estoy bien, de verdad. Mientras me pone de pié me seco las lágrimas. Y me enderezo.
- ¿Seguro que estás bien?
- Sí, sí.
- Pero no puedo dejarte así sola, ¿no quieres tomarte un vaso de agua?
- No, de verdad, si mi novio está ahí.
- Bien.
Cuando se marcha me alegro de haberle mentido a la enfermera. Aunque haya sido una tontería me contento por una vez en dos días.

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